«Con este nuevo paradigma los ingleses vieron el hueco para montar una carrera y liaron al político oportunista de turno. Sancho Adam, Alcalde socialista de Fuengirola a principio de los ochenta fue la criatura elegida. Sin embargo, las gradas para 200.000 personas se quedarían en 60.000 por correrse en temporada baja y el Ayuntamiento no quería correr con un gasto que, sin haber empezado el Gran Premio, ascendía a los 250 millones de pesetas. Al final, fue un gran fiasco y acabó en Portugal»
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