En el momento en que estalló la guerra de la Independencia, Francisco Goya era ya el artista español más reputado y solicitado. Desde su establecimiento en Madrid en 1775, cuando contaba 29 años, el maestro aragonés había progresado rápidamente en el ambiente cortesano madrileño, primero pintando cartones para tapices que debían decorar los palacios reales y luego como retratista de la corte y de la élite aristocrática del país.
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