En marzo de 1602, Jerónimo de Ayanz y Beaumont, inventor de origen navarro, recibió en su laboratorio pucelano al matemático enviado por el Consejo Real con una amplia sonrisa. El navarro, administrador general de minas del reino, no olvidó enseñarle una estancia con un búcaro del que salía aire fresco. Bajo la sala, un ayudante manejaba las válvulas de una mole de cobre llamada "esfera de fuego" que expulsaba vapor hacia una tubería que recorría la estancia, atravesaba un pozo con nieve y regresaba a la habitación.
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