El hombre cogió el taburete y se sentó en la barra del Casino de Sueca. Se acercó a Concha, la camarera de curvas infinitas, quien le preguntó qué quería tomar. Le miró seductor y pidió una palometa "agitada, no batida". Mientras se la servía, pidió hablar con el jefe. "¿De parte de quién?", dijo ella. Con un gesto estudiado, sacó un caliqueño y respondió "Fuster, Joan Fuster" [suenan los famosos acordes de John Barry]. Ella no sospechó que tenía enfrente al hombre de la CIA en la Ribera Baja.
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