Es difícil no perder un poco la compostura ante el repertorio de homenajes escultóricos que empezaron a ocupar plazas, parques y cementerios desde casi el minuto uno de la pandemia. Porque todos son superfluos -pero ahí nos los dejan, en principio para siempre-, no pocos son risibles y alguno es incluso ofensivo. Son obra de escultores poco o nada conocidos y su coste es casi siempre modesto o incluso inexistente, lo cual nos debería hacer reflexionar sobre el valor real que sus promotores o consentidores otorgan.
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