Cultura y divulgación
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El extraño caso de la biblioteca inexistente

Hace muchos años, casi treinta, confesé en esta página que era lector de la revista Hola. Y lo sigo siendo. Ya no la leo con los crispis y el colacao porque llevo dos décadas desayunando otras cosas: cuando estoy en casa, una asquerosa leche de soja —a mi edad los médicos desaconsejan la de vaca de toda la vida, que es la que me gusta— y galletas Chiquilín o tortas de Inés Rosales. Con eso me apaño. Pero el caso es que sigo fiel a la revista. Unas veces la hojeo a esas horas y otras cuando estoy tranquilo entre una cosa y otra.

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