Su obsesión por las reliquias religiosas culminó cuando los restos mortales del fraile Diego de Alcalá fueron introducidos en la cama del enfermo don Carlos. A sus 17 años, había sufrido un accidente precipitándose por las escaleras y llevándose un fuerte golpe en la cabeza. Por aquel entonces el heredero de Felipe II se encontraba en Alcalá debido a su malestar físico —se decía que en dicha localidad el aire era más puro—.
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