En el año 26 d.C. el emperador Tiberio daba un banquete nocturno en uno de sus lugares favoritos, una caverna junto al mar decorada con las más exquisitas esculturas de los mejores artistas del momento. Todo eran risas y jolgorio hasta que la noche se torció. Del techo de la cueva empezaron a desprenderse grandes bloques de piedra y los convidados huyeron despavoridos. Los que pudieron.
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