En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Dionisio Ridruejo Jiménez apura un coñac y come cortezas de cerdo mientras termina las ultimas palabras que recitará penosamente Francisco Franco Bahamonde (Dionisio piensa las palabras para la última esquina de la hombría, para un cirujano de hierro, para la gravedad masculina; no para la voz blanda y los gestos blandos del “Generalísimo”), dictador de mesa camilla. En el Café Gijón, disfrazado de uniforme negro, va pasando su juventud de señorito de...
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