Los seres humanos, sin embargo, son los únicos que sabemos con seguridad que son conscientes de que engañan, de que escogen hacerlo o no hacerlo, y lo más importante: que se sienten sucios al hacerlo. Ser deshonesto es una grave mácula social, así que nuestros cerebros también han evolucionado para sentir asco de esa deshonestidad, tanto ajena como propia.
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