Lo vio con la incredulidad que genera toda aparición: anclado como si siempre hubiese pertenecido a la bahía, estaba el majestuoso barco de tres largos mástiles, cubiertos con unas velas claramente familiares: las utilizadas por naves alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo estaba pintado de rojo, blanco y azul, los colores de Estados Unidos, pero sus líneas eran inconfundibles. "Ese es mi barco”, gritó Holtkamp, frenando el carro de repente en plena vía. "Ese es mi barco! El Horst Wessel. ¿Qué diablos hace aquí?”, exclamó.
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