A las 8:51 del 12 de agosto de 2000, los tripulantes del submarino ruso Kursk, desplazado en el mar de Barents, en el Océano Ártico, emitieron su última comunicación: "Listos para disparar torpedos". Desde hacía dos días, la nave, con 112 tripulantes a bordo —44 oficiales y 68 marineros—, permanecía desplegada en la zona. Poco antes de las 11.30 de aquella mañana, cuando un torpedo HTP en mal estado explotó en una enorme bola de fuego, reventando la proa del submarino.
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