Toda la grandeza del emperador Carlos I y la historia de sus hechos, allá por su ancianidad, le reclamaban un reconocimiento expreso, cuyo propósito no daba cabida a su ilustre cuerpo en su futura residencia para la entera eternidad. Y entonces, todas las piedras del mundo se unieron para configurar la construcción más ambiciosa del siglo XVI respaldando ante la historia la que sería la morada última del más grande.
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