Son indecibles las mil y una peripecias por las que pasó Federick Douglass. No es cuestión de hacer terapia de grupo con mis lectores, pero confieso que crujo por dentro cuando constato la criminal capacidad de humanos por haber aceptado el espanto de la esclavitud. Hasta Aristóleles sostuvo sin avergonzarse que unas personas nacían para mandar y otras para obedecer. En mi biblioteca siempre tuve retratos de mis amigos, muchos de los cuales no conocí personalmente, pero como escribía Leonard Read, la amistad profunda requiere coincidencia de va
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