Mientras que los hombres Victorianos eran libres de retozar a plena vista de todos en la orilla del mar, sus colegas femeninas eran virtualmente prisioneras de un artilugio de baño. Siendo básicamente casetas de baño móviles, estos aparatos llevaban y traían a las mujeres hasta la orilla, ofreciendo cobertura mientras éstas introducían sus pies en el agua, totalmente vestidas para el baño, por descontado.
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