Los ciudadanos atenienses eran muy conscientes de la necesidad de controlar a los poderosos, especialmente si ejercían cargos o podían ser influyentes en la Asamblea. Concretamente, la mentira, si traía consecuencias negativas para la ciudad, era severamente castigada; los delitos diplomáticos, militares y económicos, también. La persecución judicial de estos delitos conllevaba penas graves. Además, no había las garantías judiciales modernas y los riesgos de error e injusticia eran grandes cuando los sentimientos eran explotados ilegítimamente.
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