La fuerza visual y el potencial simbólico de las tragedias fue sobradamente explorado por el arte y la religión desde la Antigüedad. Homicidios mitológicos, parricidios, catástrofes naturales desencadenadas por la ira divina, masacres bélicas… la iconografía del sufrimiento es inagotable. Sin embargo, rara vez se eleva a la categoría de arte el infortunio arbitrario y vulgar de cualquier hijo de vecino. Ahí es donde entra con fuerza la obra de Enrique Metínedes...
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