Así de entrada, tras dejarle desplumado a Moctezuma, el extraordinario e inefable Cortés, enviaría un incalculable tesoro hacia la península para agasajar al rey de reyes, Carlos V, tesoro que nunca llegaría a su destino. Un perillán francés de nombre Jean Fleury que llevaba dando la lata cerca de veinte años merodeando las Azores, daría un golpe magistral en una noche de plenilunio. Sin rubor alguno y con una alegría galopante, le levantó al emperador en sus narices –a la altura del Cabo San Vicente–, 58.000 lingotes de oro y un trofeo...
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