Así que ante una tentación irresistible y empapada en una excitación colateral después de ver cómo se frotaba el macho sobre su hembra, de la que sólo lograba ver su crin al aire, Catalina no pudo detener la fantasía voluptuosa que ya le rondaba en la cabeza: aparearse con un caballo era la respuesta eterna a sus demandantes instintos sexuales.
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