En Andalucía las vírgenes y los santos son cosa transversal. Un ateo como yo vive con la misma naturalidad con la que toca un interruptor y se enciende una bombilla que la pancarta de capirotes y el luminoso de pollos asados convivan en armonía en la entrada a Puerta Carmona; o que el bar cool de turno japo-sevillano esté presidido por un gigantesco cuadro de la Virgen Macarena. Una tablita de sushi y dos cervezas, Naoki. Van malchando, se pone manos a la obra bajo la mirada de la virgen, que aplaude la habilidad del dueño del bar...
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