El nuevo propietario se llamaba Isidoro Marín y respondía al sobrenombre de «Doro». Nada más llegar, invirtió en el estadio, que pasaría a llamarse Doro Stadium. Marín no era un desconocido entre sus paisanos. A sus espaldas contaba con una carrera delictiva precoz, ya que debutó muy joven con un delito contra el patrimonio, al que siguieron numerosas visitas al juzgado y estadías en prisión por delitos contra la salud pública, fundamentalmente relacionados con plantaciones de marihuana. Luego vino el reguetón, contrató estrellas...
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