Con espada, seis caballos, lanza, peto de cuero, miles de kilómetros cuadrados que guardar y diez comprometidos años de soledad y supervivencia por delante: en los confines del mundo conocido, en un territorio que abarcaba desde California hasta la frontera con Rusia en el Golfo de Alaska. A mediados del siglo XVIII, en las Californias, el virreinato de Nueva España contaba con cuatro grandes presidios permanentes, cuatro grandes acuartelamientos estables: Loreto, San Diego, Monterrey y San Francisco. Más allá, los dragones de cuera eran ley.
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