La última cruzada de la extremosensibilidad ha sido proscribir la incorrección política, con lo que, gracias a los dioses, los cómicos de izquierdas han empezado a cabrearse. ¿Es malo ser sensible a las injusticias endémicas de la sociedad y señalarlas? Para nada: es necesario. Pero su exceso, el deslizamiento a la extremosensibilidad, convierte la virtud en vicio, y es precisamente gracias al vicio que el discurso extremosensible ha sabido infiltrarse en una izquierda llena de sentimiento de culpa y de sensación de fracaso.
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