Cuando, el 29 de noviembre de 1957, un viernes, Erich Wolfgang Korngold murió en su casa de North Hollywood, no parecía que hubiera demasiadas posibilidades de que su música le sobreviviera y perdurara en las salas de conciertos y los estudios de grabación. El propio Korngold vivió los últimos años de su vida profundamente deprimido por la absoluta indiferencia que percibía hacia su música y murió con la sensación de que había sido olvidado. [...] Sus lieder, sus conciertos y sus óperas parecían destinados a caer en un olvido definitivo.
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