La lógica de los nazis era irrebatible: los aliados solo podrían desembarcar en un puerto, de modo que los larguísimos arenales de Normandía estaban desguarnecidos (es un decir: miles de soldados aliados fueron masacrados en la primera fase de la invasión). Con lo que no contaban los alemanes era con la audacia de la Compañía de Ingenieros Reales Británica que, en los días posteriores a la invasión, logró construir dos muelles flotantes de quince kilómetros de longitud —Mulberry I y II— que resultaron clave para el éxito de la misión.
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