Un antropólogo afirmó en los 90 que había "un relato bien conocido" de un hombre inuit varado que fabricó un cuchillo con su propio excremento congelado que era lo suficientemente afilado como matar a un perro. La historia se extendió rápidamente a través de los círculos académicos, y su fama creció a lo largo del tiempo. Pero ninguna evidencia sugería que el incidente fuera real o que tal cuchillo fuera incluso posible de moldear o usar. Hasta ahora.
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