Si hablamos de We Are The World a cualquier persona de, pongamos, más de 40 años, lo más probable es que le venga a la cabeza una sensación de mofa o, en el menos cruel de los casos, de placer culpable. En la memoria colectiva se ha quedado, sobre todo, la imagen de todas aquellas súper estrellas del pop ochentero cantándola al unísono (con el gesto de la mano sujetando sus auriculares o junto al oído), mil veces parodiada.
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