Ahora entiendo cómo debieron de sentirse los verdaderos católicos españoles en torno a 1940: había que celebrar la Victoria, la Cruzada, el nacional catolicismo, el Movimiento, a costa de los vencidos, odiando a media España, dejándola en sordina o bajo sospecha. La mayoría enfervorizada, con la característica risa sin alegría del cobarde y del cínico: empresas (“En esta hora gloriosa de la Patria, esta casa se une a sus estimados clientes en la celebración de la onomástica del Caudillo”); jovencillos inconscientes con sus camisas azules...
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