La clave para comercializar bombillas era que durasen encendidas más de 600 horas así que puso a varios colaboradores a investigar, enviándolos por los rincones del mundo a recopilar materiales que pudieran servir de conductor. Llegaron a recopilarse miles de ellos pero la idea de usar bambú se le ocurrió a él mismo por casualidad, al probar con las varillas de un abanico nipón hechas de ese material y descubrir que la bombilla pulverizaba el récord: 200 horas incandescente.
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