Tras muchos años de visitas arqueológicas, creo que es la primera vez que he tenido que mirar hacia arriba para disfrutar contemplando mosaicos romanos. Es decir, lo normal es que los mosaicos estén en el suelo, enterrados, y creen una trepidación expectante cuando los arqueólogos, con su arte paciente y pulcro de pinceles y escobillas, los van devolviendo a la luz, en una epifanía inagotable de tesoros artísticos. Pero en Centcelles (Constantí, Tarragona), el guión fue bien distinto.
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