Un cínico e ilustrado 'Manual de autodefensa' contra la felicidad obligatoria e impostada La escena se repite en la mayoría de velatorios de abuelos, en todos los tanatorios conocidos. Después de la ola de dolor y en medio de la sobredosis de estímulos, a eso de las seis de la mañana, llega un momento en el que todo parece gracioso. Aquella vez que el abuelo se meó en los pantalones porque no quería que se enfriara la sopa. O la ocasión en la que le sableaste 500 pelas para litronas y tuvo que dar un viaje en balde a la farmacia.
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