Manuel Azaña, fue considerado martillo de creyentes, cuando era una persona moderada, de firmes convicciones morales, democráticas y republicanas. Dejó notar su postura sobre la religión en el debate constitucional abierto en 1931, que pretendía dar una solución a la "cuestión religiosa", siguiendo los principios del laicismo liberal, estableciendo la absoluta separación de la Iglesia y el Estado.
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