A las diez de la mañana hemos dejado atrás la oscura masa de El Escorial, que fue devastado por la guerra civil, y con las casas aún en ruinas. Ahora el tren está cruzando una meseta rocosa cubierta de escarcha blanca. Y de pronto, sin suburbios para anunciarlo, surge Madrid. Mirando a través de la puerta, veo las secciones de un gran edificio destripado a la izquierda, sobre la estación de tren.
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