Cuando aquel niño de 15 años entró en la consulta de Jean Denys estaba consumido, pálido, impotente. Había sido un chico alegre de buena memoria y cuerpo ágil, pero la violencia de la fiebre le había hundido el espíritu y había convertido su cuerpo en un armario pesado y somnoliento. La fiebre y las sangrías.
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