A sus veinte años, Miguel Ángel vivía en Florencia y ya era un escultor con gran capacidad, aunque todavía no había realizado una obra monumental. Sus piezas de formación imitaban perfectamente a las estatuas clásicas. Tanto, que el escultor o un amigo decidieron enterrar una obra propia, un Cupido, y hacerlo pasar por una antigüedad. El comprador fue un mecenas romano y la estatua tuvo tanto éxito que Miguel Ángel decidió desvelar que era el autor. Su propietario desafió a Michelangelo a crear una obra monumental y mitológica: el Baco.
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