Varios periodistas, famosos y críticos de arte se dan cita en una misma galería en 1964. Expone el enigmático artista Pierre Brassau, del que todo son alabanzas. Los críticos se vuelven locos y hablan de la “delicadeza de una bailarina en sus pinceladas”. Ocurre que Brassau no era Brassau, era un mono.
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