La llegada del verano, con el final de las cosechas, era el momento adecuado para llevar a cabo razias que mantuviesen a la gente ocupada, a la tropa entrenada y proporcionasen botín de saqueo con el que completar la precaria economía agraria, siempre dependiente de plagas, adversidades temporales o ciclos negativos que arrastraban hambre y enfermedad.
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