En un momento dado hubo en Sutherland una casita habitada por un peón del rancho, su esposa y sus dos hijos, pero la mujer, enloquecida quizá por el aislamiento, se fugó con un marinero, y con el tiempo el peón y los dos niños reunieron el ganado y regresaron todos a la civilización. Pero algunas de las cabezas de ganado rezagadas que no marcharon con el resto permanecieron en el lugar y se hicieron montaraces. Se reprodujeron y ganaron en tamaño y bravura por pura selección natural.
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