Salí del hotel donde me hospedaba en el centro de Denver. Al cruzar una de las calles, vi el letrero: cannabis station (estación de cannabis). No había imágenes, ni luces, sólo unas letras discretas en blanco sobre la ventana. Ningún coche estaba estacionado frente a la pequeña construcción y pocas personas pasaban en ese momento por ahí, lo que me hacía sentir aún más incómoda de estar parada, inmóvil bajo el sol. Miré alrededor. Ante la ausencia de miradas, decidí entrar. El olor a hierba al abrir la puerta era penetrante e inconfundible.
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