“Ya está hecho. Ya veremos como acaba. A ver si ahora diréis también que no soy catalanista”. Las palabras que Lluís Companys compartió con sus colaboradores aquel 6 de octubre de 1934 evidenciaban su satisfacción por haber logrado desmarcarse de la sombra de sospecha que le había acompañado toda su vida política. Habían pasado solo unos minutos desde que el presidente de la Generalitat de Cataluña se había asomado al balcón del palacio presidencial para proclamar “el Estado Catalán de la República Federal Española”.
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