En un ejemplo fascinante de casualidad científica, las pruebas nucleares de la Guerra Fría han ayudado a ello, por el hecho de que cambiaron las concentraciones atmosféricas del isótopo de carbono 14 en todo el mundo. En nuestros cuerpos, este carbono se incorpora al ADN de cada célula naciente y la abundancia relativa de carbono 14 permanece estable ya que el ADN no se reemplaza durante la vida útil de la célula. Al medir la fracción del isótopo carbono-14 en un tejido, es posible inferir el año en que se replicó el ADN.
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