Para ser un buen delincuente, un hijueputa güevón malparido al estilo de Pablo Escobar, lo fundamental, antes de cualquier otra cosa, incluida una inclinación genética hacia el mal, es tener un buen apodo. Un alias potente, con gancho, rotundo. Que baste oír decirlo o verlo escrito en cualquier pared para no olvidarlo jamás o empezar a tener sudores fríos y la certeza de que ha llegado tu hora.
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