En apenas tres semanas podremos sumergirnos en la oscuridad del patio de butacas, y dejar que se nos derrita el corazón una vez más con una historia de amor atemporal; de esas que trascienden a la pantalla y que, con un poco de suerte, volverá a llenar —hasta donde la permitan los aforos— unas salas de cine que necesitan más que nunca el brillo de la luz de los proyectores.
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