La vida de los ciegos, durante siglos, ha sido tan menospreciada como la de los parias y tan dura como la de los esclavos. En gran parte de las sociedades primitivas no había —o apenas había— ciegos. Sin embargo, las difíciles condiciones de vida, la falta de higiene y de defensa contra las enfermedades eran campo especialmente propicio para la ceguera. En algunas sociedades se les eliminaba por inútiles; en otras se les temía como a endemoniados y, desde siempre, casi hasta nuestros días, su único recurso para subsistir era la mendicidad.
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