El equipo de investigadores, en su mayoría alemanes y británicos, quería probar la hipótesis coevolutiva que afirma que el reconocimiento de emociones entre especies es especialmente adaptativo cuando estas pasan mucho tiempo en estrecha asociación, como es el caso de los perros y los humanos. Entendiendo que, si esta habilidad había evolucionado y ahora estaba codificada en nuestro ADN, incluso los niños deberían ser capaces de reconocer las expresiones faciales de los canes. En el supuesto, en cambio, de que existiera un componente aprendido.
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