El hedor de los cadáveres que, ya serenos y huecos de vida, yacen inertes sobre el campo de batalla. En el siglo XI, durante la Primera Cruzada, la guerra no olía a gasoil y a pólvora. Apestaba a sudor y exudaba el calor del desierto. Eran otros tiempos. Los de asumir penurias inimaginables, basta con recordar el hambre y la desesperación que debieron pasar los defensores de la ciudad de Maárat an Numán, Siria, para verse obligados a comer carne humana.
|
etiquetas: canibalismo , cruzadas , cristianos , musulmanes