El pequeño Calvin no volvió a hacer muñecos de nieve, soñar con aventuras galácticas u ofrecer amargas reflexiones sobre la sociedad. Ni su fiel tigre de peluche pudo hacer gala nuevamente de su agridulce sarcasmo. Y el propio Watterson se acalló con ellos. “Tras 10 años, había dicho básicamente todo lo que había venido a decir”, relató años más tarde en una de sus escasísimas entrevistas.
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