Los jamelgos y picadores protagonistas de la suerte de varas carecieron hasta bien entrado el siglo XX de protección y cuando la cabeza del morlaco apretaba en el costado del caballo, mientras el del castoreño lo lanceaba, era muy frecuente que los cuernos del astado perforaran las tripas del equino hasta derribarlo y darle muerte. Hasta una docena solían caer destripados cada tarde de feria en el Coso de Vilches tras la suerte de varas hasta que Primo de Rivera decretó la obligación del peto en 1928.
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