En 1881, Nietzsche estaba muy enfermo. Bien, eso no es ninguna novedad, pues Nietzsche rara vez estaba sano, pero esta vez perdía la vista por momentos. Escribió a su hermana (la antisemita). Le explicó que iba a comprarse un aparato para poder seguir escribiendo, incluso ciego. Había hablado, dijo, con el inventor de la máquina de escribir, el señor Malling-Hansen de Copenhague.
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