En 2004, en uno de esos experimentos que solo se le pueden ocurrir a un científico con mucho tiempo libre, un investigador británico decidió probar el poder de maldecir. Reclutó a un centenar de estudiantes y les conminó a meter la mano en una palangana llena de hielo. Unos debían reaccionar con normalidad y lenguaje adecuado y el resto lo contrario: acordándose de la madre del científico, soltando improperios e insultos al por mayor. Eso sí, tanto los unos como los otros debían mantener la mano en la palangana el mayor tiempo posible.
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